Laura Esther Ortega Williams
Las dos de la mañana estaban a punto de dar, no sé, faltarían quince minutos. Dormía tranquilamente y soñaba que estaba en un inmenso jardín, a cada paso que daba aquel lugar se hacía más grande y más grande y sus limites se tornaban inalcanzables, más allá de los linderos del horizonte.
Corría tan rápido como mis piernas me lo permitieron. Al detenerme detrás del resplandor lo vi, sus inmensos ojos acerados me miraban de manera tierna y nostálgica. El viento fue su cómplice, hacia agitar su cabello negro, era perfecto, era como un ángel.
Me acerqué a él, el ambiente se impregnó de una mezcla entre vainilla y coco, me sentía tan feliz, protegida. Él irradiaba calma, y calidez. Lindaba en terrenos de lo divino.
Estaba apunto de estrecharme en sus brazos cuando de pronto una voz me arrastró a la realidad, todo el camino recorrido en tanto tiempo se hizo nada.
Aquella voz, resonó nuevamente y más fuerte que la primera vez. De golpe me levanté mi corazón se aceleró tanto que la cabeza me comenzó a doler.
Busqué mi bata y me la puse. Al bajar las escaleras descubrí que mi madre era quien gritaba. Minutos después, más tranquila me dijo que mi hermano mayor me había dicho que saliera de la casa, que afuera había un niño que me esperaba.
Busqué por toda la casa a José, mi hermano, pero no estaba, ya se había ido. Más tarde supimos que él no había ido a la casa, toda la noche trabajó en el aserradero, qué está a horas de camino.
Según Jacinto, el chalán, estuvieron juntos toda la noche porque tenían que hacer un pedido especial del señor Joaquín, el dueño de todo el pueblo y antiguo pretendiente de mi madre.
La persona que fue a dar la misiva no era mi hermano. Fue un camaleón, un ser vil y despreciable que aprovechando la oscuridad usurpo su lugar y su imagen. Pero el olor era distinto, mientras que José olía a maderas y aserrín, el profano olía a muerte y a sequías.
Mi madre al ver al camaleón supo que no era José, no caminaba como él, no sonreía, su voz aunque idéntica no tenía aquel candor ni el ritmo que caracteriza a José. Mas su imagen era una copia exacta, así que creyó que en realidad era mi hermano.
Cuando él se marchaba, se acercó a mi madre y la miró fijamente. El impostor, entró en la mente de mi madre y le mostró toda la destrucción de la qué él se alimenta, por eso sus implacables gritos.
Al tranquilizarse, me dio el recado de mi supuesto hermano. Me asomé por la puerta pero no vi a ningún niño. Recuerdo haberle dicho a mi madre que no era bueno salir a esa hora, ya que todo estaba totalmente oscuro y la luz de farol era inútil.
Mi madre me preguntó que si había visto al niño, yo respondí que no porque no había nadie. Ella me instó a salir pero un frío recorrió mi cuerpo y erizó el delgado bello de mi nuca.
Sentí miedo, si y mucho, algo me decía que pasara lo que pasara no saliera, pero mi mamá insistía. Un pensamiento atroz cruzó por mi mente, ¿qué era aquella necedad de mi madre por verme fuera de la casa?, ¿qué había afuera que me provocaba tanto terror?, y ¿quién era ese niño, que me esperaba pero no lograba ver?
Mi madre se mantenía firme a no cerrar la puerta, había un brillo anormal en sus ojos, su voz estaba ahogada, era como si dos personas estuvieran articulando las palabras, pero la más débil luchara por ir en contra de la más sonora.
Al cuestionarle el motivo de su negativa al encerrarnos en la casa se justificó diciendo que era una descortesía dejar aquel niño a fuera. Pero había algo más.
No obstante mi mente está fija en cerrar la puerta así que tuve que valerme de argumentos que le darían miedo le dije que sólo así nos mantendríamos a salvo de los cuatreros o del nahual. Ella se persignó y aceptó mi petición.
Estaba cerrando la puerta cuando lo vi con sus extraños ojos grises, agazapado entre los matorrales, parecía un gato o cualquier animal salvaje. Se trataba de un niño pequeño quizá como de unos siente años, muy flaco. Llevaba un short color negro, sandalias de cuero, y una sudadera gris.
Mi cuerpo se estremeció, rápido cerré la puerta azotándola tan fuerte como me fue posible, quiera escapar de aquel niño pero que tonta fui, no se pude escapar de alguien con esa naturaleza. Traté de recobrar la calma, subí a mi recámara y poco a poco fui cayendo al sueño profundo.
La noche siguiente, regresé a brazos de Morfeo pero algo nos separo de tajo. Escuche que alguien golpeaba mi ventana, me levante pero no vi nada, sin embargo me sentía observada, el mismo frío de la noche anterior se posó en mi nuca erizándome y un incomodo viento helado invadió mi ser.
Sentí desesperación, angustia, temor, enojo, tristeza, soledad y un recuerdo apareció en mi mente, la añoranza, el calor y la plenitud lo acompañaron.
Sin saber porqué abrí la ventana. El calor de la noche no actuaba en contra del frío que invadía mis piernas y mis brazos. Un impulsó me llevó hasta el borde del balcón me subí en el barandal, me balanceaba.
Mi camisón del color arena y la brisa se unían en un baile melancólico y mis pies descalzos acariciaban el metal oxidado del barandal.
Algo me incitaba a dejarme soltar en un suspiro y mandar al diablo mis miedos. Una voz me susurraba “Suéltate”, “Te necesito conmigo”. En el silencio de la noche me uní a aquella voz y me repetía “Sí, mientras este acá la piel y la respiración nos estorbará”.
Abrí los ojos y pude ver mi cuerpo cayendo al vació y ser recibido por el niño de cabellos negros y ojos grises como la luna. Lo reconocí, era el niño de la noche anterior.
Al tomar mi mano, su cuerpo se derrumbó quedando inmóvil. Una fuerza extraña me jaló desde el balcón hasta donde estaba mi cuerpo y el del niño estaban sin vida.
Por un instante me perdí, no sabía dónde estaba, no conseguía ver nada ni sentir. Después de unos minutos sentí mis piernas y mis manos y mi cuerpo. Abrí los ojos y me vi frente a frente parándome, me asuste ¿cómo era que podía verme levantándome?, me sonreí con malicia y con satisfacción, me sacudí el pasto seco del jardín y regrese a mi casa, donde mi madre me esperaba como los brazos abiertos.
Ahora todas las noches tocó la ventana de mi recámara para poder estar conmigo, pero no logró llamar mi atención.